Lea sobre sobre la historia de amor entre Jenni y Esteban
El 7 de diciembre de aquel mismo año, Jenni se presentó en la Plaza de Toros de Mazatlán en México.
Ese día, en medio de la audiencia, había un beisbolista de treinta y siete años que había jugado para los Dodgers y los Chicago White Sox.
Su nombre era Esteban Loaiza, y Jenni se sintió instantáneamente atraída a él.
Aquella misma noche, después del concierto, Jenni fue invitada a una fiesta en casa de un amigo suyo, el cantante de banda norteña, Julión Alvarez.
Fue Julión quien le presentó a Jenni a Esteban Loaiza, y, a partir de ese momento, Jenni y Esteban se volvieron inseparables.
Después de coquetear y bailar juntos toda la noche, Esteban acompañó a Jenni al van que la llevaría a su hotel.
—Hace tiempo que soy tu fan. ¿Lo sabías? —le murmuró tímidamente.
Jenni sonrió, sintiéndose halagada y batiendo las pestañas dijo coquetamente: —Pues sí, algo sabía. Por ahí me lo había contado un pajarito.
Esteban le devolvió la sonrisa y le tomó la mano. —Entonces, ¿qué dices? ¿Nos vemos de nuevo cuando regreses a California?
—¿Me estás invitando a salir? —preguntó Jenni soltando una carcajada nerviosa.
Encogiéndose de hombros, Esteban la miró de reojo sin saber qué decir.
Jenni no era nada tímida, por lo cual no se anduvo con pelos en la lengua.
—¿Quieres mi teléfono, o qué? ¿Sabes? Mis fans quieren que yo haga un hijo contigo. —Dijo en tono de broma y coqueteando abiertamente.
—Claro que sí, te lo hago sin problema —respondió Esteban con los ojos iluminados siguiendo la broma de Jenni.
Sin perder tiempo, Jenni sacó una pluma de su bolso y le escribió su número de celular detrás de su tarjeta.
Mientras tanto, Esteban hizo lo mismo y le entregó un papel con su número personal. —Llámame en cuanto llegues a Los Angeles, ¿está bien?
—
¿Oye y... tú no tienes novia? —preguntó Jenni guiñándole un ojo.
—Por el momento no, pero no me caería nada mal tener una.
Jenni sonrió y le dio un abrazo.
—Fue un placer conocerte, Esteban. Nos vemos en California.
—Soñaré con ese momento día y noche hasta que se haga realidad —dijo Esteban en tono serio.
Dándole por el hombro con su bolso, Jenni bromeó: —¡Ay, pues tampoco exageres!
—De veras —insistió él.
Y así, sin esperar más, Esteban se acercó a ella y le plantó un beso en la mejilla, muy cerca de los labios.
Esto dejó a Jenni hechizada y, en lo más profundo de su ser, no pudo evitar pensar que lo que había sucedido en la fiesta era sólo el principio de su última historia de amor.
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